Un día, la Belleza y la Fealdad se encontraron en una playa, y se dijeron:
-Bañémonos en el mar.
Entonces se quitaron la ropa y empezaron a nadar en las aguas. Pasado un rato, la Fealdad volvió a la playa, se vistió con la ropa de la Belleza y se fue. Y la Belleza también salió del mar y no encontró su ropa, y como era demasiado tímida para andar desnuda, se vistió con la ropa de la Fealdad y siguió su camino.
Y desde entonces hasta hoy, hay hombres y mujeres que se engañan, y confunden a una de ellas con la otra.
Sin embargo, hay quienes han contemplado el rostro de la Belleza y la reconocen, pese a sus vestiduras. Y hay quienes conocen el rostro de la Fealdad, sin que sus ropas la oculten a sus ojos.
A la sombra del templo mi amigo y yo vimos a un ciego, sentado allí, solitario.
-Mira -dijo mi amigo- : ese es el hombre más sabio de nuestra tierra.
Me separé de mi amigo y me acerqué al ciego. Lo saludé. Y conversamos. Poco después le dije:
-Perdona mi pregunta: ¿desde cuándo eres ciego?
-Desde que nací -fue su respuesta.
-¿Y qué sendero de sabiduría sigues? -le dije entonces.
-Soy astrónomo -me contestó el ciego. -Luego, se llevó la mano al pecho, y dijo:
-Sí; observo todos estos soles, y estas lunas, y estas estrellas
Mírame, amigo mío; estudia mi rostro
y lee en él lo que quieres saber
y que yo no puedo decir. Mírame,
amada mía... Mírame, hermana mía